jueves, 25 de septiembre de 2014

La Alfarera




De cantares y coplas tengo un botijo

Cuando quiero cantar, tiro del pito

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La alfarería es un oficio o arte, que realizan los humanos desde los albores de la humanidad. Empezaron a ejercerlo cuando  descubrieron que mezclando tierra y agua  conseguían una masa consistente que se podía modelar para hacer  útiles que, una vez tratados con  fuego, valían para contener líquidos, conservar y almacenar alimentos: embutidos, manteca, aceite, castañas, etc. Utensilios que  mantenían todo fresco y terso durante mucho  tiempo y que,  incluso, servían para cocinar. En todas las excavaciones que los arqueólogos efectúan, siempre encuentran restos de vasijas que fueron elaboradas por miembros de civilizaciones antiquísimas, hechas con perfección y belleza no superada en la actualidad.

La alfarería en Moveros, única actualmente perviviente en Aliste,  se viene efectuando desde épocas prerromanos. Las mujeres zoelas, en Moveros esta actividad siempre la  realizaron las mujeres,  hacían  cántaros, barrilas y pucheros con la porosa arcilla que existe en los barredos de la localidad. Los hombres cavaban, cribaban, preparaban y llevaban el barro a los alfares, hacían la cocción en los hornos e iban  a las ferias a vender los “cacharros”. Pero quienes  han hecho la labor de levantar el barro y darle forma en los  tornos, siempre han sido las mujeres.

Y esto es lo que cuenta la leyenda de cómo las mujeres de Moveros adquirieron la capacidad de crear objetos en barro, llegando a conjugar perfectamente utilidad y belleza:

Una niña moverina observaba todos los días como trabajaban el barro las mayores. Miraba  las cosas que hacían, sabía la utilidad de cada una de las piezas que salían de los alfares y hasta ella misma cogía de vez en cuanto una pella de barro, la echaba en el torno y trataba de levantarlo para hacer una vasija. Pero las cosas que  creaba no llegaban al horno, nunca estaba conforme con lo que salía de sus manos,  aspiraba a realizar algo bello y  aquel amasijo que puso sobre la tabla no se transformaba en el objeto que ella veía con su imaginación.  Cinnia, hermosa, que ese era el nombre de la joven y su significado, soñadora, romántica, creadora, artista inquieta, siempre buscaba la belleza. Pretendía que todo lo que la rodeaba fuera armonioso. Pero  las necesidades vitales no permitían  a las gentes otra cosa más que pensar en la supervivencia, en el día a día. Tampoco en aquellos tiempos Aliste era la Arcadia feliz.  

La niña subía a menudo hasta el alto de la Luz, telúrico lugar sagrado en el que los habitantes de los castros desperdigados por las inmediaciones iban a comunicarse con los dioses y solicitar su atención. En aquellos tiempos los dioses, en el Olimpo cuando no había grandes intrigas también se aburrían, se acordaban de los terrícolas  y tomando figura humana, bajaban a la tierra para ver cómo les iba a sus habitantes, y así se olvidaban de sus confabulaciones internas, alimentaban su ego, concedían pequeños favores  a los humanos y regresaban a disfrutar de los prerrogativas que su paraíso les ofrecía.

Una de las veces Cinnia se sentó a la sombra del menhir que existía en el alto, algo así como una antena que en  la  cima apuntaba a  los cielos y ponía en contacto a los terrestres con los dioses, y alisando un pequeño espacio de tierra, se puso a dibujar cántaros y barrilas, todavía  no existía  la palabra diseñar, soñando en poder materializarlos algún día en barro con la belleza y utilidad que imaginaba y que no  sabía cómo plasmar. Tan ensimismada estaba en sus sueños que no se dio cuenta de la presencia de alguien que desde hacía un buen rato, la observaba calladamente. Interesada en la actividad de la muchacha la  visitante, que no era otra que Atenea, diosa de las artes y de los oficios, hija de Zeus, que por encargo de este vistió y adornó de joyas a Pandora para que sedujera a Epimeteo,  preguntó a la niña:

        Que es lo que absorbe tanto tus pensamientos que impide que veas lo que tienes a tu alrededor.     

        Mis padres trabajan el barro, hacen cacharros que sirven para cocinar, almacenar alimentos y contener agua, pero yo sueño con hacerlos más útiles, más bellos, más perfectos. Los veo en mi imaginación, los dibujo en la tierra, pero no sé como llevar eso a la práctica y transformarlos en reales.

        He bajado del Olimpo para ver como sois los que pobláis esta tierra. Creía  que erais groseros, toscos y que no estabais interesados más que en la supervivencia. Es una sorpresa descubrir que tenéis inquietudes, que apreciáis la belleza, que os interesan cosas más allá de mera conservación de la especie.

        La vida en la tierra es tan dura que exige una entrega casi total, pero si sabemos apreciar las cosas bellas.

        Esta no es la primera vez que  tengo relación con vosotros los humanos, aunque nunca me preocupé de vuestros anhelos. Veo tus inquietudes y quiero que puedas realizar tus deseos, satisfacerte y, haciendo algo útil y beneficioso para los humanos, justificar mi estancia entre vosotros. Dime cuáles son tus deseos y te los concederé.

        Sólo te pido que pueda hacer objetos de barro tan bellos como los que imagino.

        Te concedo ese don. Desde ahora tú y todas las mujeres de tu localidad podréis realizar  en barro lo que imaginas en los sueños. Creareis cántaros, tinajas, barrilas y botijos, que serán los más bellos y útiles que nunca se hayan visto.

Cinnia se puso contentísima y preguntó que cual era lo que tenían que dar a cambio del don que les otorgaba.

Atenea, después de pensárselo un poco, contestó: ves que os otorgo a ti y a todas las mujeres de tu pueblo,  la capacidad de crear objetos en barro bellos, útiles, ligeros y  manejables. Pero  para   lograrlo os pongo una condición; tendréis  que realizar el trabajo  de rodillas. Así  siempre os acordareis que es la concesión de una diosa y que a los dioses siempre  se les reza de hinojos.

La niña fue para casa e inmediatamente pidió a su padre que le hiciera un torno que, puesto sobre el suelo, girara con facilidad. Se arrodilló, echó en la tabla una pella de barro,  y alternando el dar vueltas al torno con las manos con modelar la pella,  trasladó al barro  todo aquello que antes solo veía en su imaginación.   

Desde entonces en Moveros se hacen los cántaros tan bellos, su diseño es admirado y estudiado por etnógrafos, ingenieros, artistas, diseñadores y científicos que, ni aún hoy, con los más avanzados aparatos que la robótica ofrece, han conseguido superarlos. Tienen la medida justa para portearlos al hombro, en la cadera o en las aguaderas que se ponen a las caballerías,  sin que, a pesar del “chacolleo”, se derrame el agua. Son perfectos para verter su contenido a un vaso, tanto durante el transporte como ya depositados en la cantarera. Tienen la porosidad necesaria para conservar el agua a la mejor temperatura. Son ligeros a más de  fuertes y, aún rotos, siguen siendo útiles. Su final fue siempre hacer de tiestos para las plantas.     

Atenea, aunque sin identificarse, sigue visitando a quienes otorgó ese privilegio de creación y nunca se ha arrepentido de la concesión que hizo en el mágico teso donde hoy se venera a Nosa Senhora da Luz, en el que en días lejanísimos Cinnia acudía a soñar y, posteriormente, a dar gracias a aquella diosa que les concedió tan grande privilegio

Y como se canta en las jotas:

Allá va la despedida,

La que echan los cacharreros

Aquí tropiezo, aquí me caigo

Se jodieron los pucheros.